
Escritor y Poeta del siglo XXI
Con perfume de Gardenia.
Un día como muchos tantos ya había vivido: Madame Cardonne, caminaba por el interior de aquel enorme y hermoso recinto en busca de algún posible cliente y proveedor de sus próximas bebidas en aquella noche.
Mientras tanto, con una copa de vino en la mano izquierda y un cigarrillo encendido en la otra mano, se trasladaba por los largos y bellos corredores alfombrados del lugar; pasillos que se encontraban decorados con bellos candelabros de tres pisos, estaban conformados con trece velas cada uno, y colgaban lujosamente sostenidos desde lo alto del techo por una cadena dorada, resplandeciente a la luz del cirio; dando con ello, una iluminación a media luz al ambiente, propio de un casino de lujo en toda la extensión de la palabra.
Siempre pensativa se abría paso en su caminar entre la muchedumbre que jugaba y apostaba grandes cantidades de dinero por ambos costados, al mismo tiempo que se escuchaban las múltiples conversaciones entremezcladas con risas y carcajadas en todos los puntos del interior de aquel lugar.
En todo momento se divisaba la entrada de hombres a altas horas de la noche; algunos otros ya salían borrachos con alguna chica rumbo al hotel, otros tantos, simplemente preferían regresar a sus hogares a reposar la borrachera hasta el amanecer.
Madame Cardonne, elegantemente bien vestida, perfumada y maquillada, y que a pesar de su edad, ostentaba una bien cuidada y abundante cabellera, lucía un escultural cuerpo curvilíneo; tenía un atractivo trasero, deslumbrantes bubis, un rostro muy hermoso, unos ojos color negro azabache, y en sí, toda ella era la sensualidad al andar. De ahí del porque aun causaba envidia entre todas las jóvenes féminas que trabajaban en el Casino Agua Caliente de Tijuana en los años treinta del siglo pasado.
Ella, un poco distraída por la reminiscencia que en ese momento le traía a su memoria aquella bella melodía tan singular que se escuchaba, y qué, a pesar del sueño que ya sentía, siendo ya las tres de la mañana del día domingo; le prestaba mucha atención a lo que decía cada palabra de aquella canción. Cantaba en segunda voz y en un tono muy bajo e imperceptible para el resto de la gente. Sonoridad que entonaba solo sí misma, queriéndola hacer solo suya, como también los mismos recuerdos, y porque no, la misma nostalgia que sentía en su alma en ese instante.
Entre tanto y sin ni siquiera esperarlo, mientras hacía su recorrido habitual por el casino, en una de las mesas casi al fondo; alcanzó a divisar a un hombre con mucho porte y muy bien vestido; cubierto en toda su persona con finas joyas. Además de ser muy elegante y bien parecido; se encontraba apostando grandes cantidades de dinero, mientras se hacía rodear por hermosas chicas. Su rostro le parecía un poco familiar, cuando por fin se le acercó y lo reconoció de quien se trataba, se quedó anonadada.
Preguntó entonces mientras observaba para leer el nombre personal grabado y resaltado con pequeños y finos diamantes en cada una de las letras sobre una placa de oro. La cual pendía de un fino y grueso torzal de oro de veinticuatro quilates desde su cuello. Al mismo tiempo que levantaba su mirada hacia los ojos de este peculiar individuo:
- ¿Mario?, ¿acaso eres tú, Mario Huerta?, ¡Oh no! ¡Dios mío! ¡Sí, tú eres Mario Huerta!, ¡no puede ser verdad lo que mis ojos están viendo!, –dijo ella, y sin poder contenerse por más tiempo, rodaron algunas lágrimas sobre su rostro por la emoción al verle nuevamente después de un poco más de veinte años y sin saber nada de él. En ese instante fue interrumpida por una de las jóvenes meretrices que acompañaban a dicho sujeto.
-¡Maldita!, díganos tan sola una cosa, estúpida y ridícula anciana de los mil demonios, oppsss, ¿o es que acaso debo de decirle Madame Cardonne?, ¡ha, por favor no me haga reír! ¿Acaso quiere que el distinguido caballero aquí presente le dé una limosna para que usted siga emborrachándose como todos los días de la semana lo hace?, ¡ande, atrévase, rebájese como siempre y mendigue como solo usted sabe hacerlo!,… ¿Qué espera?, póngase de rodillas y ruéguele al señor Huerta para que se apiade de su alcoholismo y le pague al menos una copa de vino para que se largue de una vez por todas de aquí y nos deje en paz a solas con él, –dijo la enfurecida mujer.
Madame Cardonne no pudo reprimir sus sentimientos por más tiempo al escuchar tales insultos, y enseguida se puso a llorar sin consuelo alguno. Pues en ese momento y por la vergüenza que la invadía, rogaba al cielo que se abriera la tierra de una vez por todas y se la tragara viva. Solo deseaba desaparecer de tan terrible situación embarazosa. Inmediatamente después, todas las chicas fueron interrumpidas por este hombre que se encontraba muy sorprendido por la belleza y la elegancia de esta peculiar mujer ya madura que, lucia demasiado atractiva e interesante.
Sin esperar a que transcurriese más el tiempo, él se le acercó dando un medio paso hacia al frente para con ello alcanzar a tomar y besar la fina y delicada mano de la bella mujer que tenía frente a sus ojos. Entonces la miró fijamente sin emitir parpadeo alguno, al mismo tiempo que le sonreía y le guiñaba el ojo.
- ¡En verdad le digo que es muy bello su nombre, tan hermoso como la portadora del mismo! ¿Se llama usted, Madame Cardonne, señorita?, –preguntó él.
-¡Muchas gracias por el cumplido caballero!, pero estoy muy apenada por lo sucedido. ¡Por favor!, perdonen mi intromisión y síganse divirtiendo; creo que me equivoqué y lo confundí con un cliente amigo mío que hoy día vendría a visitarme, les pido a todos ustedes que me disculpen, con permiso. –dijo ella a la vez que se daba la vuelta para alejarse rápidamente. Alcanzada del mismo modo por el cliente visitante a los pocos pasos; siendo ella tomada por el brazo.
- ¡Espere, espere!… ¡por favor espere un segundo Madame!, no se vaya todavía, quisiera invitarle una copa de vino, o del mejor champagne del lugar si lo prefiere, ¡claro!, si no le molesta mi invitación,… señorita, –propuso él.
- ¡No señor!, no me molesta su invitación, al contrario me siento muy alagada, por lo cual le doy las gracias. También le agradezco por su cortesía y toda su caballerosidad con la cual usted me ha tratado; pero, como ya le dije, lo confundí con un amigo que hoy día vendría a visitarme como cada fin de semana lo hace. ¡Por favor señor, le pido me disculpe!, ¡ya váyase con las chicas y sígase divirtiendo, no quiero más problemas con ellas ni con el propietario del casino!, –declaró ella.
- ¡Claro que me iré Madame!, pero antes dígame una cosa; ¡seguramente usted debe conocerme porque usted me llamó por mi nombre hace un instante!, –afirmó él.
- Le pido, me perdone señor, su nombre lo leí en esa plaquita que usted mismo lleva colgada desde su cuello. ¡Por favor, váyase ya por piedad o voy a tener serios problemas con las chicas y hasta puedo perder mi trabajo!, –suplicaba Amanda mostrando en su rostro mucho temor y nerviosismo.
- ¿Acaso le molesta mi presencia Madame?, –preguntó el hombre.
- ¡No señor, para nada!, créame que no es eso, sino que tengo mucho miedo de lo que pueda pasar, –respondió Amanda, al mismo tiempo que se daba prisa para retirarse del lugar, cuando fue alcanzada nuevamente por Mario Huerta.
- ¡Espere Madame!, quiero pedirle que se quede un poco más de tiempo a mi lado; me gustaría platicar con usted para conocernos un poco más, –sugirió el emperejilado y bien vestido sujeto.
- Perdóneme usted caballero pero no puedo quedarme a su lado y atenderle como mi cliente en el club, si así lo hiciera en este momento; sin duda me correrían del casino y me quedaría sin trabajo,...