Escritor y Poeta del siglo XXI


Para Rebeca había sido un verdadero suplicio el que había vivido durante el trayecto mi-entras buscaba el poblado que el día anterior le había indicado la abuela Martina.

-<<< ¡Ve con Dios hija, si no hay pierde!>>>, –recordó aquellas palabras de la abuela.

-¿No hay pierde?, si todo aquí no tiene pies ni cabeza, hasta sus habitantes parecen como sacados de una película de vaqueros del lejano oeste, –refunfuñó Rebeca e hizo una pausa para halar un poco de aire por la ventanilla a medio bajar y mientras conducía su coche a muy baja velocidad, esperando a la vez encontrar un poco de ayuda. -Creo que mejor mando todo al carajo y me regreso por donde vine, –agregó.

-¡Buen día caballero, disculpe la molestia, pero!, ¿sería usted tan amable de decirme donde está el próximo retorno?, ¡no lo veo por ningún lado!, –preguntó a un tipo que arriaba afanosamente una decena de animales entre vacas y chivos.

-Pues mire señorita, como usted misma lo ve que yo ni a caballo llego, ¡pero!, (hizo una pausa para achicar sus ojos intentando ver a la lejanía) ora verá, ¿cómo le explico pues?, mire, dele por aquí mismo por donde va, más o menos a un kilometro jálese para su izquierda, hay va a ver una flecha donde le muestra el camino de regreso, –dijo el arriero mientras se abanicaba con su viejo sombrero a muy corta distancia de su rostro.

-¡Muchas gracias por su ayuda, poca gente es tan amable como usted!, –exclamó Rebeca mientras ligeramente apretaba el embrague del acelerador, al mismo tiempo que divisaba por el espejo retrovisor del como aquel hombre le decía adiós agitando el sombrero. De inmediato bajó del todo la ventana y sacó su mano para corresponder a aquel adiós.

Aun no llegaba al retorno cuando al menos pensarlo vio un enorme anuncio que decía con letras grandes: <<< “Bienvenido al municipio de Compostela”>>>

-<<<Cuando llegues a Compostela, más adelantito está la salida que te llevará al poblado de Guayabal donde vive tu tía Nereida; cuando estés allí, has de cuenta que ya llegaste hija>>>, –recordó otras de las palabras de la abuela Martina.

-¡Vaya!, precisamente cuando me daba por vencida me encuentro con esto, –bisbiseó.

Un poco después y a la orilla de la carretera encontró un letrero de triplay con fondo del color blanco si apenas distinguible en su color, como también de aquellas letras que decía: “camino al poblado de Guayabal, los 2,717 habitantes les dan la bienvenida”.

-Solo espero que ya no esté muy lejos de aquí, –dijo Rebeca mientras intentaba sintonizar alguna estación en la radio. –Ahora que llegue al pueblucho ese, a continuar con la detestable odisea: “a buscar la tienda de la tía Nereida”, –añadió.

Casi una hora después de transitar por una larga y polvorienta brecha, por fin llegó a las primeras casas del poblado.

-¡Vaya, vaya!, ¿Qué tal ha?, ahora parece que la suerte me sonríe: “Abarrotes don Chema”, esta debe ser la tienda de mi tía Nereida, no creo que en un pueblo tan pequeño existan dos negocios con el mismo nombre, –Vociferó Rebeca mientras leía el anuncio en la parte superior del local.

Aparcó su Tiguan Turbo, descendió y se encaminó hacia el establecimiento; y mientras lo hacía, la gente que por allí transitaba, solo la observaba como si fuese un bicho raro o si se tratase de algún extraterreno.

-¿Por qué se me quedaran mirando así?, –se preguntó.

Sin darle tanta importancia al asunto y sin perder más tiempo, entró a los abarrotes, casi motivada más para ocultarse de las decenas de miradas que por concluir su búsqueda.

-¿Qué va a llevar señorita?, –preguntó un chico de catorce años de edad que atendía en ese instante el negocio.

-¡Quiero un litro de agua! ¡Ah!, ¡pero que esté bien fría!, ¡Ah!, otra cosita, por favor me das una tarjeta telefónica, creo que me han cortado el servicio del celular, –dijo ella.

-Huuuyyyyyyy señorita, el agua la puede agarrar del refrigerador, y pues la tarjeta se la voy a quedar a deber para otra ocasión que venga al pueblo. Aquí en Guayabal no se venden de esas tarjetas, ¿o es que acaso no se fijó que ni casetas telefónicas tenemos en el pueblo?, –preguntó el chico. 

-¡Bueno, bueno!, eso qué más da, pero por igual te doy las gracias por tu información joven, –respondió ella.

-Son quince pesos por el agua señorita, –dijo el chico.

-¿Quince pesos?, –preguntó Rebeca, creyendo haber escuchado mal.

-Exactamente, ¡son quince pesos por el agua!, ¿la va a llevar o no?, –preguntó el jovencito un tanto impaciente por la tardanza de la chica al no sacar el dinero.

Rebeca al escuchar aquellas palabras de reproche, se puso a buscar algunas monedas dentro de su bolso de mano, cuando de pronto y al menos esperarlo, entró a la tienda una señora rechonchona y cachetona que caminaba muy pomposa.

-¿Tengo monos en la cara muchacha?, –preguntó la señora recién llegada.

-Ooopppssssss, ¡perdone mi indiscreción señora!, le pido mil disculpas, lo siento de verdad ¡Santo cielo, qué pena con usted!, –dijo Rebeca.

-¿Va a llevar alguna cosa más señorita?, –declaró la misma señora mientras se secaba el sudor de su rostro, y a su vez recalcando en sus palabras toda su molesta por la mirada tan imprudente que Rebeca le hizo.

-Creo que será todo señora, –contestó Rebeca.

-Usted es fuereña ¿Verdad señorita?, –cuestionó la recién ingresada.

-¡Fuereña!, –exclamó Rebeca, al mismo tiempo que recordaba:

-¡Niños!, ¿quieren ganarse veinte pesos?

-Claro que sí, ¿Qué hay que hacer?, –preguntó uno de los chicos.                                                                                     

-¿Cuánto falta para llegar al pueblo?, –dijo ella.

-No se preocupe, ya no está muy lejos de aquí, tal vez alguna media hora a caballo, –dijo otro de los chicos.  

-¿Verdad que usted es fuereña señora?, –preguntó un tercer chico de los que jugueteaban a la orilla de aquel camino sin pavimentar.                                                   

¿Por qué todos me dicen fuereña?, ese chico fue el primero que me vio la cara de fuereña. 

-Todos en este pueblo me conocen muy bien y saben de mi carácter de pocos amigos que tengo, y si usted se atreve a mirarme como si estuviese tan gorda tendrá problemas conmigo: ¡Ah!, y para su información le digo que yo soy la propietaria de esta tienda; ¿entendió o quiere que se lo explique al estilo vaquero?, –interrumpió la malhumorada mujer los pensamientos de Rebeca, entre tanto que depositaba con gran esfuerzo sobre el mostrador, una bolsa de Ixtle que contenía en su interior diversas verduras.

Rebeca estaba muy asustada sin poder pronunciar palabra alguna, su rostro había palidecido, al mismo tiempo que daba un gran sorbo del agua recién adquirida.

-¡Entonces, entonces, entonnnnn!, –decía ella cuando fue interrumpida una vez más.

-Entonces nada señorita; si ya compró lo que buscaba y no tiene nada más que hacer, no lo venga a hacer aquí que nosotros estamos trabajando, –dijo la dueña.

-¡Perdón, perdón!, ya me voy señora, por favor no se moleste; solo dígame una cosa…                                      

-¿Qué cosa?                                                                                                                                 

-¿Por casualidad usted se llama Nereida?, –titubeó Rebeca al preguntar.

-¿Acaso eres de la policía judicial?, –contestó ella.

-No, claro que no lo soy, es que ando buscando a mi tía, se llama Nereida y su apellido es Talavera, –dijo Rebeca, al mismo tiempo que se dirigía hacia la salida del local...